Uno de los hitos de la historia humana que marcó un antes y después fue lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial. Esto debido, más allá de la guerra, a todo el daño colateral que trajo consigo para los dos bandos.
Se estima que durante este genocidio por parte de los alemanes apróximadamente 11 millones de personas murieron a manos de la facción nacista. Claro, sin contar los desaparecidos.
Por lo que al finalizar la guerra, los familiares de las víctimas de esta guerra y los sobrevivientes en general, pidieron a los aliados del llamado Alianza del Eje, que se castiagara a los implicados en el genocidio.

Por lo que los representantes de Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y Estados Unidos decidieron crear “Los juicios de Nuremberg” para así juzgar a los alemanes.
Estos juicios se llevaron a cabo entre noviembre de 1945 y abril de 1946 en la ciudad de Nuremberg. En los que se puso a la disposición a 24 personalidades de alto grado de la Alemania Nazi.
Sin embargo, de los 22 sólo 12 fueron sentenciados a muerte por la horca. Entre los que se encontraba Hermann Goering, sucesor designado de Hitler y Joachim von Ribbentrop, ministro de asuntos exteriores.

Tres más de ellos fueron sentenciados a cadena perpetua, cuatro fueron sentenciados a más de 10 años de cárcel y el tribunal absolvió a tres de los acusados. Hjalmar Schacht, el ministro de economía, Franz von Papen, político alemán de confianza de Hitler y Hans Fritzsche, el jefe de prensa y radio.
Para la alianza esta fue una forma de tratar sanar las heridas de todos los judios y demás comunidades perseguidas hasta la muerte por los alemanes, sin embargo, la realidad es que si se compara en cantidad lo hecho, no hay comparación.
Hay quienes consideran que se merecía otra forma de juzgar a todos esos alemanes que formaron parte de la guerra y persiguieron a civiles, sin embargo, ¿no sería caer en lo mismo que ellos hicieron?